domingo, 27 de marzo de 2016

SENTIR



                           EUROPA

A veces rozo Europa
con la punta de los dedos,
camino por la Grand-Place
cuando Bruselas es más nuestra.
Sí, en esos días
que no nos piden pasaporte
para las risas
y las niñas saborean los bombones.

Paseamos por Tervuren
recordando el Reglamento,
aquel epígrafe que defendía
nuestra residencia
y viajamos en metro
o amamos las líneas del tranvía
mientras la lluvia
destiñe la esperanza.

Y no está de moda
hacer esta asociación vecinal,
pero amo Europa
como se aman las casas viejas,
los amores viejos
y el aroma de las mandarinas,
del apio y la cerveza.
 
Y nos besamos
mientras Tintín nos señala con el dedo
y Bianca Castafiore llora.
Y entonces me escondo
en el Bosque de los Cuidados,
en las humeantes tazas
de Lady Godiva salón de thé
y recito derechos
y órganos de participación
para que Europa sea más Europa
y pueda amarla siempre
como se aman los viejos amores
que se citan en La Rose Blanche,
por la tarde,
cuando la Grand-Place
es un Parlamento de Caricias.








domingo, 20 de marzo de 2016

La lluvia



Si no hay Dios nos acostaremos más temprano,
caminarán las gentes sin rumbo por la ciudad,
los puestos de altramuces,
lánguidos y amarillos
regalarán su luz de desengaño.
Si no hay Dios
no tocarán los músicos
ni lucirán sus trajes azules como el agua
de un mar que se retira.
Si no hay Dios las calles húmedas,
dispuestas para el amor y el frío,
para el milagro del fortuito roce
se irán deshabitando
y los tontos, las mujeres y los niños,
todos aquellos que sólo pueden ir
a los espectáculos gratuitos
se irán cabizbajos a sus casas
sin tomar chocolate.
Mientras los mariquitas-azúcar
guardarán con unción
sus deseos para otro año
en que la lluvia
no se empeñe en deslucir
las nubes de incienso.
Si no hay Dios dormiremos
con la sospecha de que nadie
nos cuida,
de que, salvajes, las ambiciones
reinarán por los parques.
Si no hay Dios las niñas dejarán
de ser malas y pérfidas,
ya ninguna podrá ser papisa
como viene siendo costumbre.
Si no hay Dios nos acostaremos
más temprano,
tocaré tu piel de hielo
que quema tanto tanto
y entrará el frío por la ventana
y la lluvia
y, ¿ por qué no?, el deseo
de que Dios renazca
el año que viene
para que los tontos, las mujeres y los niños
tomen chocolate
en la nocturnidad de las madrugadas
de pasión,
para que los mariquita-azúcar
aprovechen los roces furtivos,
para que tú y yo
salgamos a comprar altramuces
mientras paseamos por la ciudad
ordenada, festiva, atenta,
que acoge a los turistas
que siguen las sendas
de las vírgenes apuñaladas,
del crucificado herido.
Y si Dios renace
esconderemos los paraguas
que nos han traído mal fario,
no pasearé sola
por las espléndidas calles
humedecidas.
Si Dios quiere, Dios volverá
el año que viene
con sus fantasías locas
de lo eterno.
Por si acaso Dios no quiere
volver
me agarraré a esta lluvia
y a la luz inmensa de tu entrepierna.










domingo, 13 de marzo de 2016

Luz sobre la luz




          Hay una imagen que me subyuga especialmente, esa de la luz de las farolas a pleno día o esa otra imagen cuando están encendiéndose y todavía nos hallamos en el atardecer. La luz sobre la luz me recuerda a las tapias encaladas del lugar donde crecí, allá donde tomaba el sol de adolescente mientras leía periódicos atrasados y tenía el convencimiento de que algún día el Derecho y sus leyes se acordarían de mí; me recuerda todas las mujeres de mi familia que han sido y son luminarias.

         También me hace reflexionar sobre la soberbia o la ignorancia que acumulamos para no reconocernos las unas a las otras. La mujeres tenemos que conocer nuestra propia historia, son muchas ya las que han sido linternas en el mundo de la literatura y les debemos estar agradecidas a sus obras, la nuevas generaciones no partimos de cero, y si nos empecinamos en descubrir el Mediterráneo mal vamos en cuanto reconocimiento y humildad.

         Pasear por esta ciudad en la que vivo, pasear por Córdoba, se ha convertido en un ejercicio de redacción y mientras flaneo, por un lado y por otro, voy escribiendo mentalmente versos que no sean complicados. ¿Por qué se empeñan las poetas en no ser comprendidas? El otro día estuve hablando con un joven que sólo me nombró escritoras suicidas, yo creo que el suicidio está sobrevalorado en literatura, hemos sufrido las innovaciones bestiales de unas palabras alejadas de la sintaxis, con la ambición de significarlo todo y no tener lazos con la sencillez. Ya lo decía Barthes: “La poesía moderna hace de la palabra poética una palabra terrible e inhumana”.

         A mí me gusta escribir poemas que sean agua clara, historias con su principio y su final, no invenciones deslumbrantes donde se sobrepone el yo por encima de cualquier otra cosa. Creo que estamos enfermos de egocentrismo y se nos olvida, a veces, que somos ciudadanas, que haber conseguido ese estatus, que implica niveles de relaciones insospechadas, es lo más novedoso de nuestro tiempo.

         Susan Sontag en el capítulo  “El artista como sufridor ejemplar” en su libro Contra la interpretación, analiza la obra de Cesare Pavese, y en él hay un fragmento que me gusta especialmente: “Para la conciencia moderna, el artista (que reemplaza al santo) es el sufridor ejemplar. Y entre los artistas, el escritor, el hombre de palabras, es la persona a quien consideramos más capaz de expresar su sufrimiento”. Y antes dice: “El público moderno exige la desnudez del autor, como las épocas de fe religiosa exigía el sacrificio humano.”

         Creo que el papel de la autora ha cambiado hoy día y, afortunadamente, cada vez es más una ciudadana más, como ciudadana tiene los mismos derechos que cualquiera. Por eso me gustan los objetivos que señala La Comisión Internacional para la Educación del siglo XXI de la UNESCO: aprender a ser, aprender a saber, aprender a hacer, aprender a convivir y trabajar juntos. Creo que es en este marco donde hay que situar el debate poético actualmente y si todos los ciudadanos y ciudadanas vamos a estar circunscritos a esa provincia ¿por qué el autor o la autora va a ser diferente en ese sentido? Nos alejamos, pues, de las concepciones románticas donde el escritor es investido de unos honores que le ahogan y ahogan a la propia sociedad. Así, que ya saben: Yo ni estoy dispuesta a sufrir ni a desnudarme.






domingo, 6 de marzo de 2016

El hemiciclo



         Estoy triste porque ningún político, esos del debate, ha nombrado a María Zambrano y su libro Persona y democracia. La historia sacrificial. Estoy triste porque en este momento no me sirven la guasa irónica de Rajoy ni la agresividad verbal de Pablo Iglesias ni las buenas maneras pero la carencia de profundidad de Albert Rivera ni la ausencia de imaginación de Pedro Sánchez. Estoy triste porque le han faltado el respeto a la palabra y el hemiciclo se ha convertido en un escenario efectista y las televisiones nos han agotado con la retransmisión de lo mismo una y otra vez.

         Y dice María Zambrano que “el orden de una sociedad democrática está más cerca del orden musical que del orden arquitectónico.” Y yo sólo he visto salidas de tono, más ocurrencias que pensamiento ordenado y pocos deseos de “armonizar las diferencias”. No hay voluntad, “buena voluntad” que diría el filósofo Immanuel Kant y, mientras tanto, en las residencias de ancianos, los abuelos no pueden ver la telenovela porque les han roto su rutina diaria para dar paso a la nada, al discurso hueco disfrazado de falsa dignidad. Señorías, los abuelos y abuelas están inquietos.

         Y estoy triste porque como diría María Zambrano en Pensamiento y poesía en la vida española “Es el tiempo del desamparo, del triste desamparo humano de quien no siente su cabeza cubierta por un firmamento organizado. Tan sólo cúpulas, las falsas cúpulas de la impostura”. Y perdonen que la cite tanto, y es que ya está bien de Winston Churchill y de Maquiavelo. Y es que nuestros diputados no son nada ideistas ni se dan cuenta de que España es un canastito de chucherías que con ná se resfría.

         ¡Ay! ¿Qué vamos a hacer con estos señores? Porque son casi todos señores los que hablan poniendo perfil de estatua romana, estatua no de piedra sino de escayola. ¿Es que no se dan cuenta de que nosotras, los habitantes de a pie, estamos todos el día conviviendo y deseando convivir? ¿Es que no perciben que fuera de su teatrillo de malas maneras deseamos fervientemente que se riegue la raíz profunda del sosiego? Por favor, dejen ya atrás los consejos de sus asesores, dejen que nazcan las palabras mestizas y puras y conviertan ese centro indefinido de egotismos en un Claro del bosque que huela, por fin, a  la hibridez de la toronja.