EUROPA
A
veces rozo Europa
con
la punta de los dedos,
camino
por la Grand-Place
cuando
Bruselas es más nuestra.
Sí,
en esos días
que
no nos piden pasaporte
para
las risas
y
las niñas saborean los bombones.
Paseamos
por Tervuren
recordando
el Reglamento,
aquel
epígrafe que defendía
nuestra
residencia
y
viajamos en metro
o
amamos las líneas del tranvía
mientras
la lluvia
destiñe
la esperanza.
Y
no está de moda
hacer
esta asociación vecinal,
pero
amo Europa
como
se aman las casas viejas,
los
amores viejos
y
el aroma de las mandarinas,
del
apio y la cerveza.
Y
nos besamos
mientras
Tintín nos señala con el dedo
y
Bianca Castafiore llora.
Y
entonces me escondo
en
el Bosque de los Cuidados,
en
las humeantes tazas
de
Lady Godiva salón de thé
y
recito derechos
y
órganos de participación
para
que Europa sea más Europa
y
pueda amarla siempre
como
se aman los viejos amores
que
se citan en La Rose Blanche,
por
la tarde,
cuando
la Grand-Place
es
un Parlamento de Caricias.