domingo, 26 de junio de 2016
domingo, 19 de junio de 2016
Cómo nos hablamos
Entre
el remolino y la muerte tiene que haber un punto intermedio, un momento en que
dejemos de pisarnos, en que la voluntad de ser humanos sea nuestro gran
desafío. Hoy estoy cabreada porque he perdido un libro, me durará poco, el
tiempo justo de encontrar una amiga y tomarme una cerveza, el momento en que
pase de ese saber que hemos llenado de supremacía y que alcanzamos en la
soledad a ese otro aprendizaje que se da en la calle y en el instante en
que hemos decidido sacudirnos el tedio.
No hay que hacer de menos ese saber callejero, que se da en las olas del habla
y que nos lleva y nos trae y que, de pronto, decidimos deshacernos de teorías
para brindar por la amistad.
¿Por qué no brindan ellos?, ¿por qué
quieren que llamemos belleza a lo que no tiene belleza?, ¿por qué salpicamos de
alzamientos de voz nuestros diálogos o de ironía que raja como una medusa?
Nuestros políticos, ellos, saben lo que están haciendo: llevarnos de la jarana
de autovías y aeropuertos a una música mansa, pesada y aburrida. Ya han pactado,
todos han decidido aletargarnos, llenar nuestros oídos con la anestesia de la
no-sinceridad.
Y eso pasa por no querer mirarnos en el
espejo y reconocer, objetivamente, nuestras faltas; somos muy modernos, se
quiere construir sobre cimientos de gelatina antes de otorgar una mirada de
verdad a nuestro pasado. No doblamos el codo, parecemos muñequitos tiesos,
gente que quiere crecer sin errores. Hemos crecido mucho, sí, nuestras playas están
invadidas, nuestros corazones se vuelcan en la autoayuda o en la apariencia de
lectura que nos han acomodado para que no nos esforcemos. Para no pensar.
Y todo por no mirarnos en un espejo,
por no hacer autocrítica, así vamos hacia adelante, siguiendo la imparable línea
del progreso sin querer conocer seriamente lo que de verdad somos: pobres
hombres y mujeres, hambrientos seres que un día quisimos complacer, y para
complacer creímos que lo mejor era TENER antes que agrandar nuestro corazón con amor.
Nos falta cariño, esta democracia está
necesitada de que aprendamos a abordar tranquilamente nuestra eterna
adolescencia. Lo de las corbatas, que se las pongan o no, es un hecho ya
insignificante mientras no sepamos dirigirnos al otro con el respeto de la
inteligencia, con la delicadeza de un tono que lleve a la construcción de algo
que no sea un rascacielos o una urbanización perdida, algo así como la paz de
un jardín donde crezcan las buenas intenciones y los espejillos nocturnos de
las luciérnagas.
No nos engañemos, ya han pactado. Mantienen un pacto tácito y ancestral: hablar sólo 26 segundos sobre violencia machista.
No nos engañemos, ya han pactado. Mantienen un pacto tácito y ancestral: hablar sólo 26 segundos sobre violencia machista.
Speculum |
domingo, 12 de junio de 2016
A la pintora
Estaba haciendo una ensalada de naranja
y bacalao, con patatas y aceitunas, y con un poquito de cebollino, también le eché aceite de oliva, cuando me
acordé de mi amiga Cristina Cañamero, pintora ella. Entonces decidí ir a verla
a la Biblioteca Central de Córdoba donde está dibujando personajes fantásticos en
sus paredes blancas.
Y me la encontré allí, con su mirada de
náufraga volcada sobre su creación impactante y a la vez serena. Ella, que es
pequeña como una niña y que se sabe canciones de memoria y que nos las dice en
la noche cuando, alguna vez, se escapa de su trabajo.
Cristina es laboriosa y se merece todo
lo bueno que le pase, tiene un sentido de la perfección y del deber que le hace
parecer una joven asceta y su cuerpo acoge todas las líneas del mundo. Yo la
admiro.
Ella
y su sentido de la proporcionalidad, el vigor de las figuras, es un espectáculo
verla dibujar, es una suerte su risa. Y es una suerte que se dignara ilustrar
mi cuento Landa y el País de la Sencillez.
Y quiero nombrarla, dar prueba de mi
confianza en ella y de mi respeto por su trabajo, que espero que se reconozca
con una fiesta digna de su genio. Brindamos por Cristina mientras
buscábamos el sosiego, y prometimos, que nadie nos desviaría de nuestro empeño
por no salirnos nunca del campo de los matices, porque eso es lo verdaderamente
humano, esa es la fuente.
Cristina Cañamero |
Con mi amiga |
Aquí les enlazo Landa y el País de la Sencillez
domingo, 5 de junio de 2016
Lisboa
Creo
que todos los españoles deberíamos ir, por lo menos una vez, a Lisboa, para
curarnos de nuestra entonación bronca y de nuestra soberbia. Y tendríamos que detenernos en la
Plaza del Comercio y visitar el mirador de San Pedro Alcántara y pasear por su
exquisita feria del libro, en el parque Eduardo VII, desde donde se ve caer la tarde
como si el horizonte tuviera la voz de Ana Moura.
La luz de Lisboa nace en los poema de
Sophia de Mello Breyner y no podemos estar más de acuerdo con ella cuando dice: “Conheço
todo à força de nâo ser.” Esa es mi voluntad: no ser de nadie, no ser de un país,
no ser estricta y tajante, ser vecina de Portugal, admirar el tono de sus
palabras envueltas en Atlántico y humildad.
Todos nuestros estudiantes deberían
conocer lo que significa ser muchos en uno como lo demostró Pessoa con sus
escritos. Todos deberíamos saber llorar en portugués porque allí las lágrimas
son más razonables, y todos deberíamos comprender que lo que une a las gentes no
son las líneas de alta velocidad sino la voluntad de hablarnos lentamente y gesticular lo necesario para asomarnos al balcón del otro. Y en los colegios, mientras tanto, me gustaría que se leyera la obra de Unamuno Por tierras
de Portugal y de España.
Estoy convencida de que tomar vinho verde
mientras se leen los sonetos de Florbela Espanca cura el alma y la llena de
suavidad. Creo que los médicos de aquí deberían intentar parecerse a Miguel
Torga, o al recuerdo de Fernando Namora, o al recuerdo de la delicadeza de Filipa
de Coímbra y su saber buscarse su lugar entre la libertad y la contemplación.
Todos los españoles deberíamos tener un
amigo o una amiga en Portugal y cartearnos como se hacía antes, con sello y
papel, y gozar de la amistad como se goza del viento cuando te acaricia lleno
de azul y de la voz del fadista António Zambujo.
Vayamos a aprender humanidad a Lisboa,
vayamos con respeto a visitar sus saberes, y dejemos que la musicalidad de su
lengua nos bañe y nos llene de amor por el decir bajito, sin voces, ahora que tanto lo necesitamos.
Aprendiendo en Lisboa |
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