Hay
un ensayo de George Orwell, escrito en 1940, titulado Dentro de la ballena, en el que analiza la obra de Henry Miller, Trópico de Cáncer; más bien analiza la
actitud vital del escritor durante aquellos años de entreguerras que se olía el
belicismo y se respiraba la agresividad por venir. Fue en aquel tiempo en que
apareció la novela sin miedo de Miller.
En este ensayo de Orwel también habla
del poeta Auden y de un verso de su poema Spain,
el verso al que alude es este:
“La
aceptación consciente de la culpa en el asesinato necesario.”
Y
habla de la liviandad con la que trata la palabra “asesinato” dejando en
evidencia su condición de ser amoral y de hombre poco tratado con las heridas
reales.
Es lo que mi abuela llamaba “gente que
habla al peso”, sin medir el daño que pueden causar sus palabras. El lenguaje es
un campo muy amplio donde se pueden escoger los mejores vocablos cuando se
quiere construir con esperanza, y es un artilugio que solivianta cuando la
lengua no se modera. Parece ser que estamos perdiendo la capacidad de hablar,
que nos adherimos a las paredes del cinismo con una deportividad alucinante y
que malgastamos nuestras fuerzas en asegurar discusiones alteradas.
¿Qué podemos conseguir con esto sino
que los niños se echen a llorar y a los abuelos se les acelere el pulso y a
nosotras, las personas de a pie, se nos rompa el corazón? Estamos en la
duradera estación de la adolescencia permanente. Estoy segura de que así la
llamaría Orwell mientras, entristecido, escribía su 1984 con esa imaginación portentosa que ve lo posible y lo
imposible con la agudeza de quien reflexiona con valor, con el mismo valor que
debe practicar todo novelista. Y no tener miedo a nada, ni tan siquiera al éxito.