domingo, 30 de abril de 2017

Pausa



Llega el mes de Mayo con sus propósitos de abundancia. Van a venir los días en que una se deleita mirando las flores y el cielo, llega silencioso como si meditara y llega pidiendo espacio, lugar para pronunciarse como si fuera música, lugar para la relectura y la charla.

         Llegan a Córdoba las fiestas: Las cruces, los patios, la feria y nos tientan los innumerables trayectos de los paseos y pasar la tarde como si nada. Y apetece olvidarse, rendirse a la belleza, empezar a imaginar todo de nuevo, como si siempre estuviéramos aprendiendo y tuviéramos un hermoso libro entre las manos, un libro que nos hace crecer.

         De nuevo me atrae descansar y llenarme de lecturas, así que hago un alto en el camino y dejo la letra escrita por ahora, y escojo el placentero coloquio íntimo y el diálogo que quiere ser como una labor artesanal. Hasta pronto, hay que saber darse pausas. Nos vemos en los bares.


       
 

domingo, 23 de abril de 2017

Sarcasmo



Muchas veces sueño con el universo, veo las estrellas y los planetas y quedo sobrecogida ante la amplitud que nos rodea: no somos nadie. En la calle se habla de cosas aparentemente importantes, existe cierto sosiego donde se esconde la palabra ácida del sarcasmo. ¿Por qué hay gentes a las que les encantan herir y dicen palabras ofensivas con la mayor naturalidad mientras la luz del mundo sigue con su ritmo primordial? Cansan esas gentes que llevan el plateado brillo del puñal en sus lenguas. “No sois nadie”. Eso es lo que viene a decir la palabra del que ningunea. Tenemos un idioma demasiado duro, hablamos demasiado rápido, alzamos mucho la voz y no atendemos a la ternura en nuestros discursos. No creo que España esté preparada para la autocrítica, tampoco creo que, ahora, veinticinco años después de la Exposición Universal del 92, podamos ser sinceros en nuestros análisis.

         Hemos jugado mucho con la seducción, pero poco, muy poco con el acuerdo. Se decía que tal o cual líder era un seductor, convertimos el lenguaje en un arma de bajo deseo y, una vez acabada la operación de superficial transformación, esa bola de palabras, se la ofrecimos a la Diosa de la Mediocridad. “Confórmate”, nos dice la televisión y, conformados todos, nadamos en la media gramática sin tener la cabeza estructurada para las grandes ilusiones, para las verdaderas ilusiones como puede ser caminar juntos y tranquilos, caminar en paz. Dice Claudio Rodríguez en su poema Ajeno que “Largo se le hace el día al que no ama/ y él lo sabe.” Y dice también: “Entrará: Y nunca habitará su casa.” Eso es lo que pretenden los dueños del sarcasmo que nunca habitemos en nuestra esencia, que nos olvidemos del bien respirar. Así que tenemos una sociedad que el viernes sale a beber para olvidar el malestar de toda la semana, el sábado anda como el que no sabe y el domingo le envuelve de nuevo el temor a la rutina. Cuando la rutina  debería ser lo más bello del mundo: el mirar de los animales, la sonrisa de los amigos, el despertar sin sobresalto, la caída de la tarde con suavidad. Pero, el hombre, lo siento, a veces es ajeno a estas cosas y llena su boca de burlas sangrientas, que habrá que ir también eliminando si no queremos que nos pase como a esa personaja de Selma Lagerlöf que respetaba no sólo al amo, sino a todos los que se parecían a él.



domingo, 16 de abril de 2017

Entreverar



Reconozco que tengo muy poca personalidad, eso en esta época de grandes declaraciones de principios y de poco diálogo entreverado resulta ser una declaración un poco extraña. Pero es que me cansan las gentes con las ideas claras y el afán de doblegar al otro por el bien de todos o por el bien de su propia testarudez. Por enésima vez leo Contra el fanatismo de Amos Oz, un librito amarillo y azul de la biblioteca de ensayo Siruela; lo puede leer cualquiera, cualquiera que quiera dejar los bestsellers y sus íntimos e intransferibles diez mandamientos u once  o doce y quiera crecer leyendo. Habla, entre otras cosas, de cómo los fanáticos suelen ser kitsch, sentimentales y con poco sentido del humor, que detestan tomar acuerdos y que quieren la razón para ellos solos. Y como bien diría Goya “el sueño de la razón produce monstruos”. Perdonen ustedes las obviedades, pero es que yo también estoy de vacaciones y hoy estoy diciendo evidencias que sirven de poco al buen hombre amable, a la buena mujer amable. Vaya, que hoy estoy llevando el hielo a los esquimales. Es que no tengo profundidad, es que ya no escribo mientras sesteo y claro, eso se nota, no soy rigurosa como los tertulianos serios que, a voces, son capaces de herir hasta a los amigos.

         Cuando doy algún taller de literatura siempre me refiero a los cuatro acuerdos toltecas que explicara el escritor Miguel Ruiz y que son: Sé impecable con tus palabras, no te tomes nada personalmente, no hagas suposiciones, haz siempre lo máximo que puedas. Recomiendo estas simples reglas sobre todo cuando se crea un grupo y el engranaje no está aún ajustado y navegamos aún entre los prejuicios y el deseo de agradar. Perdónenme que me haya puesto mística, pero es que me parece útil, en esta semana de competitividad máxima y bombas madre y padre, me parece útil recordar que los seres humanos somos seres escuchantes o no somos.

         El arte de la escucha está emparentado con el arte de mirar, con el arte del silencio, ya lo decía Pessoa: “Y nada nos da tanta religiosidad como el mirar mucho a la gente.” Los ciegos son unos grandes contempladores de las palabras dichas, de los mutismos con que las rodeamos. Permanezcamos un momento escuchando el florecimiento de los cerezos que con su humildad a cuestas nos enseña lo que de verdad es belleza, como Marguerite Yourcenar nos enseñó lo que es sencillamente amor cuando le preguntaron por su relación con Grace Frick: “En fin, es algo muy sencillo: primero una pasión, después una costumbre, y al final, sólo una mujer que cuida a otra mujer enferma”. Qué hermosa manera de apartar de sí el morbo y de llenar de relatividad a los obtusos, qué gran lección para iniciarse en los caminos del delicado respeto. En fin, consideremos la posibilidad, en este mundo globalizado, de trabajar en equipo y tomemos conciencia de que trabajar en equipo no significa criticar juntos.




domingo, 9 de abril de 2017

La salud




Sin darnos cuenta vamos camino de la farmacia para remediar un dolor que no tiene cura, que arrastraremos quizás hasta el fin de nuestros días y que dejaremos en herencia a nuestras hijas. Se trata de la flor del machismo, de los cuentos no narrados de la guerra que se enquistan en nuestro ser sin que nadie los haya invitado a ese paisaje. Los españoles camino de la farmacia, camino de la consulta del doctor uniformado con su bata blanca y que tiene el poder de la receta. Es lo que se llama la sociedad medicada, adormecida, diagnosticada confusamente y sin llegar nunca a las raíces del padecimiento: la geografía radical del dolor.

         Quizás se nos ha olvidado, en esta leve memoria histórica que tenemos, el sufrir callado y la humillación gestual y verbal de los vencidos, eso sería hilar demasiado fino en una sociedad que ha apostado por el vacío, por el hueco. Duele que tu marido sea uno de los desaparecidos, que los hijos crezcan huérfanos, que no haya sitio para tu relato en un mundo que no cesa de caer en la trampa del silencio, de la voz dormida que diría Dulce Chacón.

         Pienso ahora en los niños de Siria, en el crucigrama doloroso que llevan ya encima de su cuerpo, tatuaje que heredarán sus hijos y los hijos de sus hijos. El tatuaje de la ansiedad constante. Ansiedad es el título de la obra de Scott Stossel donde analiza las veredas del nerviosismo que se reitera. El tatuaje de la vulnerabilidad del que habla tan didácticamente José Antonio Marina en Anatomía del miedo. Un tratado sobre la valentía. Niños y niñas que ya no cesarán de ser víctimas.

         Camino para curarme en salud, voy a la tienda La tejedora, allí busco el reciente libro coordinado por Vicky López Ruiz y Javier Padilla Bernáldez, se titula Salubrismo o barbarie. Un mapa entre la salud y sus determinantes sociales. Habla de género y salud, de relaciones de poder y salud pública, de las clases sociales en la salud, de inmigración y minorías étnicas y también hay un capítulo sobre los invisibles trabajos domésticos; este capítulo está firmado por Carmen López Román y Vicky López Ruiz, y me alegro de leer, de re-escuchar las voces de las autoras. Y considero que este es un libro necesario, de hermosas páginas color crema, alejado de los fríos informes y cerca de lo humano. Leo con placer doble al ser consciente de que leo voces cercanas a mi corazón y a mi mente. Y pienso que los lectores, tal vez, sientan mejoría al leer una propuesta tan atractiva. Y pienso que, tal vez, las lectoras sientan mejoría al hablar de ello. Nunca olvidaré la cara de Carmela cuando me dijo que estaba colaborando con este libro, tomábamos un güisqui on the rocks, pasaban las gentes a nuestro lado aparentemente satisfecha, el atardecer se llevaba para sí el color de los jardines y nosotras, arrancamos para nosotras mismas, los pétalos de la confidencia.




domingo, 2 de abril de 2017

Erasmista



            Siempre recordaré el día en que fui a ver la casa de Erasmo en Bruselas, hacía buen tiempo y llevaba la alegría de la amistad a mi lado, me acompañaba mi amiga Paloma que tanto me ha enseñado de sociabilidad y de la importancia de decir en cada momento lo que siento. Compramos unas postales, pasamos un buen rato curioseando por allí, fuimos felices.

         Siempre me ha atraído Erasmus de Rotterdam, su capacidad para el estudio, su entrega a sí mismo como gran proyecto de humanidad. Me gustan las palabras que dijera Stefan Zweig: “Pero Erasmo conoce el gran arte de vivir; todo lo que le es molesto lo aparta de sí, de una manera suave y nada llamativa, y, bajo cualquier hábito y sometido a no importa qué coacción, sabe guardar su libertad interna.”

         Para mí fue todo un acontecimiento cuando Cristóbal Cuevas, mi profesor de literatura en segundo de carrera, nos descubrió el libro de Marcel Bataillon  Erasmo y España. Estudiaba entonces en Málaga los años comunes en la Facultad de Filosofía y Letras, en la calle San Agustín, pleno centro, hoy calle famosa porque alberga el Museo Picasso donde antes estaba el antiguo museo de Bellas Artes, y el famoso cuadro de Enrique Simonet ¡Y tenía corazón! (Anatomía del corazón 1890).

Entre compañeros hablábamos de todo lo que era hablable, no me parecen especialmente afortunados los años ochenta, no guardo nostalgia, creo que los hemos mitificado un poco. Pero sí recuerdo con buen sabor el ansia de saber que todavía hoy no he perdido y la gana que todos teníamos de quitarnos cierta catetez que se respiraba en el ambiente. He dicho que entramos con ingenuidad en la Unión Europea, pero no me pareció mala esa entrada; eso sí, hay que mejorar tantas cosas: hay que dulcificar el trato entre nosotros,  hay que pensar en los sin techos. Hemos edificado una sociedad demasiado hormigonada y le falta ternura a nuestras instituciones máximas. Sí, las instituciones deben ser como el grafeno o como el agua clara.

         Quiero recordarles hoy un poema que escribí hace algunos años y que me parece que ilustra la valentía que hemos ganado. No puedo dejar de pensar en qué se dirían Tomás Moro y Erasmo al saber que el Reino Unido apuesta por cerrar fronteras y hablar como un vaquero que negocia con la vida. No puedo sino recordar a esos hombres y mujeres que han remado y continúan remando en el estanque común sin chocar entre sí.

         Este poema lo escribí después de visitar Madrid, el Retiro, y lo escribí después de observar a los remeros y remeras que se ejercitaban en el estanque. Para mí es muy querido y se lo dediqué a mi mujer y también a Castilla del Pino, otro erasmista, que apoyó el movimiento homosexual desde su origen.



         La ciudad y sus habitantes

Y casualmente me encuentro
en este lado de la acera
mientras los remeros se empeñan en el estanque
con no chocar con los turistas,
que vienen a la capital a besarse
entre las estatuas que la historia reverencia
y a pasear en barca
esquivando torpemente a remeros musculosos,
pero al fin y al cabo civilizados,
porque no poseen grandes ríos
ni mares de osadía
y se conforman con el aire del Retiro
y el agua verde y pequeña
donde se ejercitan los ciudadanos-remeros
teniendo cuidado de no salpicar
a quienes acabamos de llegar y pedir
una cerveza y después intentamos imitarlos.
Pero, ¡ay!, nosotros no somos tan civilizados
ni imaginábamos tantos edificios
desde nuestra provincia leve.
Nosotras no sabíamos de la existencia
de estos remeros pendientes siempre
de no chocar con los bordes
de esta piscina grande
donde se guarda el desahogo
de los hombres fuertes
cansados de obedecer y,
sin embargo, obedeciendo.
Y aquellas, ¡oh!, aquellas remeras
con lazos en el pelo
con el pecho endurecido
con ese ir y venir,
ir y venir,
rema que te rema.
Aquellas, ¡oh!, aquellas
que vigilan a los turistas despistados
que no conocen las normas del estanque.
En la tarde que crea
magenta la luz y la luna
tú me engañas
y no me llevas a tomar una copa,
sino que me traes aquí,
a este parque inmenso
y estimado
del que hablan
y del que dicen
sus haberes y peligros.
Y naufrago entre nipones,
ciclistas de piernas heroicas,
magos de tres al cuarto
que quisieron ser Houdini,
cantantes fracasadas,
músicos que aman más la música
que su disciplina,
y tú y yo,
que hemos decidido hacer de Madrid
el cauce de nuestros ejercicios
de cosmopolitismo.
Y mientras nos recogemos
porque refresca
y porque el parque lo cierran
miramos de reojo a los remeros
colegiados, solidarios,
y a las remeras que aún no se han decidido
a formar equipo,
y dices convencida:
“¿Verdad que ha sido buena idea
pasar la tarde en el parque?”
Y asiento mientras
miro cómo se esquivan
los remeros
y mesuro el estanque
verde, de infinitos trayectos.
Nos cogemos de la mano
y el aire húmedo
acaricia la noche que viene,
nuestro cansancio,
nuestra cobardía,
nuestro valor
y la danza democrática
de los juegos de agua
que casualmente hemos visto
desde este lado de la acera
donde quiero estar
para siempre,
como los remeros pendientes
de no chocar con los bordes.






domingo, 26 de marzo de 2017

La fantasía



            La fantasía es lo que diferencia una novela de un documento jurídico, es muy importante que los escritores sepan utilizar bien la fantasía porque si no se dictan fácilmente sentencias tomándose la justicia por su mano, confundiendo el estrado con la perspectiva o la venganza con la equidistancia. La ficción no juzga, simplemente expone, da a ver, permite mirar, y miramos los escenarios creados como si fueran viejas tablas holandesas donde todo el mundo está representado, si el cuento es bueno nada se escapa.

         Yo aprendí a ser fantástica de mi prima Pepi, una mujer que ama por igual las aceitunas y el champagne, que siempre ha buscado la belleza y, genialmente, siempre ha sido original. Tenía una cajita de música de donde salía una bailarina incansable que se ejercitaba con la melodía de Para Elisa de Beethoven, a mí me encantaba deleitarme en la contemplación de ese artilugio y siempre deseé tener uno para mí sola. Tenía la capacidad de hacerme sentir segura y respetada, sabía escucharme y le interesaba todo cuanto le contaba, yo le hablaba de proyectos, es decir, de fantasía, y ella prestaba atención a esa cabecita llena de pajaritos que era la mía. Con ella me sentía más persona y me entraban ganas de comer, ganas de subsistir para llevar a cabo las utopías, el gran ideal de ser escritora, el mejor trabajo del mundo.

También tenía mi prima Pepi Díaz un perro blanco que se llamaba Robin y la capacidad de abrir el mundo a la gente nueva: su marido, Bartolomé Cano, habla con la ese y procede de Cardeña, donde la tierra es casi roja y en los inviernos puede nevar; en fin, que era otro ser singular y alejado de nuestras costumbres. Tenía una foto de él sobre la mesita de noche en la que parecía un actor de cine, con chaqueta cruzada, exquisitamente peinado y con pose de buen novio.

Ambos admiran las palabras, han sido cuidadosos poniendo nombre a sus hijos o eligiendo un coche simplemente porque les parecía deslumbrante cómo se llamaba. La fantasía siempre les ha acompañado, la fantasía desbordante y sin parar, que cuida a la vida en sus momentos tristes.

Mira si es original mi prima Pepi que tiene un hermano que la primera palabra que dijo no fue ni papá ni mamá sino “arroz”. Ese es mi primo Fernandín, un eterno caballero, enamoradísimo de su mujer Mari Carmen, aunque todos la conocíamos como Nena.

Siempre recordaré cuando vino a visitarme mi prima Raquel, la hija de mi prima Pepi, a Granada y yo, invadida por el entusiasmo, la llevé a ver una película que me había encantado: Thelma y Louise. Recuerdo lo bien que lo pasamos y lo convencida que estaba de eso que el feminismo hay que heredarlo, que hay que transmitirlo. Hay que tener en cuenta que las de mi generación nacimos sin la historia reconocida de mujeres importantes y cuando fuimos a la universidad nos llenaron la cabeza de datos extraños y ajenos, por eso sería interesante que fantasiosamente reconozcamos nuestras raíces y estudiemos las historias de las pioneras, y que nos pasemos el testigo las unas a las otras para que no demos ningún salto al vacío.

Recuerdo un día nublado y ventoso que vino mi prima a mi casa con su marido y con sus hijos: Raquel y Abel. Abel se peinaba desde chico también cuidadosamente, como su padre. Bueno, pues ese día mi madre y ella, conocedoras ambas del lenguaje de la confección, decidieron hacerme una capa con forro escarlata para cuando recogiera algún premio en alguna región nórdica y fría. Éramos unas ingenuas que desconocíamos las leyes secretas que llevan a las cúspides. De aquel domingo me queda la dulce imagen de verlas coser juntas para mí. Coser con hilos de fantasía.



Mi prima Pepi y yo

domingo, 19 de marzo de 2017

La paciencia




          Y nos encontramos, de pronto, a causa de esa falta de memoria, con toda una multitud de desclasados, gentes que estuvieron obsesionadas con tener un chalet y adscribirse a una hipoteca como los siervos de la gleba estaban adscritos a la tierra. Gentes que no quieren dialogar, que se han ido inflando de verbena en verbena bajo los escandalosos ruidos de las fiestas y que se sacuden las botas en el salón de las palabras. Gentes pseudo-religiosas o religiosas de más que detestan el respeto a la intimidad, lo sagrado  que cada uno llevamos dentro.

         Y los valores de la igualdad, la fraternidad y la libertad son como carteles luminosos y toda la vida, para estas gentes, es una coartada, una conspiración inmensa que quiere derribar su status quo, su razón hegemónica, su heterosexualidad desbordante.

         Y nos encontramos que con ese sentido de la normalidad es con el que debemos convivir, mientras esta sociedad del bienestar les pide paciencia a las mujeres heridas y a las asesinadas, a los niños de África o a los niños de nuestros barrios marginales que juegan, inocentes, o buscan lápices de colores para llenar su vida de algo más que necesidad.

         Y el sentido de la autocrítica duerme devastado en las sedes de los partidos, en la cabeza del hombre hecho y derecho, y crecido, como mandan los profundos anuncios publicitarios.

         Entonces la vida se ha convertido es una simple pelea por la vida y la razón consiste en quién sabe dar más gritos. Nada de sosiego, ese parece ser el lema. Nada de salirse de las tercas casillas ideológicas para comprender al otro, que se avecina llenando el Mediterráneo con relatos que no escuchamos. Por aquí sigue la fiesta, y asiladas en las urbanizaciones duermen las familias con los latidos del débito y la incomunicación. Hemos creado una arquitectura que propicia la individualidad absoluta, una prepotencia que acosa las frases lentas. Está mal visto ser lento y no tener coche y guardarse el gorrión de los placeres dentro del pecho, como si sus alas latieran con la fuerza del que está en continua emigración, porque la vida es viaje con un principio y un fin, y los días debemos de mimarlos con la paciencia con que las artesanas trabajan la madera o el barro. Mucha paciencia para vivir en esta sociedad televisiva, paciencia que se está acabando, como lo subsidios, como las playas con casitas de pescadores, como los párrafos largos, que tanto nos abruman, y a los que ya no estamos acostumbrados.

        Así que, por el bien común, conviene que nos deseemos respetuosamente, que nos enamoremos tanto y tan bien que seamos incapaces de herirnos, esa puede ser una vía para la recuperación, la recuperación del alma y de la tranquilidad, y una forma de despreciar el dinero y todas las empresas que negocian impacientemente, como los ambiciosos, sin contribuir ni solidarizarse con el resto de la ciudadanía.




domingo, 12 de marzo de 2017

La burla constante



            Cuando se decidió tratar a la población española como si no hubiera salido de la infancia se construyó también un tipo de relato que no se deshacía del edulcorado romanticismo de las narraciones dictatoriales. Ahí tenemos las películas de nuestro cine, las radionovelas y los libros que no son sinceros. Esa era la clave: desterrar la verdad de nuestra vida diaria.

         Y desconocer nuestra propia historia y prometer ser buenísimos para que no se inquietaran los de siempre y, entonces, vete tú a saber adónde nos habría llevado ese revuelo. Así entramos con alegría en los parques para besarnos y con ingenuidad al Mercado Común, y nos olvidamos de los monumentos de mal gusto que estaban erigidos para celebrar lo facha.

         Eso significó una falta de madurez extraordinaria y nos encontramos ahora con símbolos y hasta montañas coronadas con los adornos de lo reaccionario. Pero nos queda la palabra de Lorca, la limpia palabra de Lorca que, ahora, Juan Carlos Rubio ha llevado al teatro descubriéndonos la correspondencia personal del poeta. No se puede sino sentir ternura, como si un agua fresca regara nuestro corazón dolorido por lo que nos han acostumbrado a callar y despertara, de nuevo, las ansias de lectura, de leer al poeta gracias al interés con que esta producción de Histrión Teatro ha venido a salvarnos del silencio adquirido.

         Nuestra historia tiene una versión silenciada y no reconocida frente a otra versión que habla sin cortapisas y se ufana de sus calles. Y cuando se habla de memoria histórica siempre aparece algún graciosillo que se burla de los sentimientos de los allegados y familiares, esa es la respuesta que han recibido las víctimas: la burla constante. Y eso para el progreso moral de un país es peor que malo, es la deslegitimación de la honestidad.

         La obra de Juan Carlos Rubio nos lleva por los perfumados senderos de la palabra que no se agolpa en la boca para no ser dicha sino que bebe del juego y la alborada, de la luz de quien todavía es un desconocido: el gran poeta Federico García Lorca.


         Viene de nuevo el poeta a recordarnos la injusticia y el sinsabor de las madrugadas y el frío en Víznar, viene a decirnos la hondura de todo lo que se destruyó: desde el espíritu de la Residencia de estudiantes hasta la alegría de las Sin sombrero, por ejemplo. Y todo fue una inmensa desbandada. Ese es nuestro recuerdo: la desbandada absoluta, y de ahí es de donde tenemos que volver, de esa huida. Huida que se ha dado también en el lenguaje.  


El actor Alejandro Vera y la actriz Gema Matarranz, el director Juan Carlos Rubio y el músico Miguel Linares,
 en la charla posterior a la obra La correspondencia personal de Federico García Lorca.


domingo, 5 de marzo de 2017

La cita



Siempre recordaré la tarde en que mi primo Paquito Eduardo me dijo que venía un hombre con un coche lleno de libros a Campanillas y que yo, si quería, podía ir y quedarme con dos o tres durante un par de semanas, libros prestados, libros sin dueño.

         Me pasé toda la noche sin dormir imaginándome una furgoneta como las que acostumbraban a llevar los trabajadores que nos rodeaban, una furgoneta blanca como la del heladero, como las que llevaban los mecánicos, una furgoneta repleta de literatura, y yo tendría la posibilidad de acercarme a ella, de pedirle al encargado de toda esa riqueza lo que me viniera en gana. ¿Qué le pediría?

         Aquella noche de vigilia guardaba la pasión que se puede sentir por la espera de amantes y amoríos. No exagero si digo que, tal vez, fuera mayor: Toda la noche soñando con cuentos, toda la noche.

         Llegó el día esperado y la realidad superó mis expectativas que estaban encerradas en un paisaje donde el norte y el sur, el este y el oeste lo señalaban las plantaciones de cañadulces y los limoneros. En el sitio indicado esperaba con otros niños la llegada de la diversión cultural, porque hay algo que se nos olvida en este país vocinglero: la cultura es diversión de la buena. Y llegó la esperanza, algo superior a mis fantasías: un autobús con las paredes forradas de libros, el suelo enmoquetado (era la primera vez que veía ese tejido) y una señora, sentada en una mesita con archivadores, que te hacía el carné de socia, mientras el chófer esperaba en su sitio a que nosotros disfrutáramos haciendo nuestras elecciones.

         Mi primo fue mi guía en aquel escenario, llevé una foto y me dieron el carné más preciado que he tenido: el carné del Bibliobús. Todo esto ocurría en un barrio alejado del centro, por eso éramos una pedanía y teníamos un alcalde pedáneo y la certeza del olvido.

         Siempre he estado inscrita en alguna Biblioteca Pública, aquí en Córdoba, las hay estupendas, una en cada distrito, más la Central, más la Biblioteca Provincial, más las de las distintas universidades. Y me pierdo por sus estantes leyendo títulos y títulos, soy una gran lectora de títulos, y me digo, convencida, que una buena librería es aquella que se intenta parecer a una biblioteca y que una librera debe tener algo de bibliotecaria. Reflexiono sobre los libros, amo los libros, son mi vida, amo a las personas que respetan ese amor mío por la literatura y reconozco, a la legua, a los farfulleros que intenta despreciar el mundo intelectual, la suavidad y la quietud de la lectura. Hoy en España hay muchas personas que farfullan, se estila la confusión. Hemos alimentado el cuerpo, pero hemos olvidado cultivar el alma y cumplir con objetividad en nuestros discursos, amando tanto los textos de hombres como los de mujeres, porque tenemos muy buenas escritoras que no queremos reconocer, ¡Ay, qué pena y qué miseria cultural! ¿Cómo pueden vivir de espaldas la mayoría de los escritores a las voces de las mujeres que escriben? ¿No se dan cuenta de que eso es ignorancia, pura ignorancia? Y así andan, cojos, adheridos sólo a algún cumplido benevolente hacia alguna escritora ya hiperfamosa y muerta. Vaya, a las que no tienen ya más remedio que reconocer en sus discursos públicos, porque está bien, porque viste eso de nombrar a alguna, pero no muchas, ¿eh?

         Aquel día en el Bibliobús saqué un libro sobre el yeti y otro sobre los indios americanos, me senté sobre la moqueta, me entraron ganas de abrazar a la bibliotecaria, me despedí del chófer y nos fuimos mi primo y yo felices a nuestras casas. Mi madre me regaló una carterilla para meter el carné.

         Todo esto se lo contaba a mi amigo Javi mientras tomábamos el aperitivo y mi mujer con muy buen tino me interrumpió y dijo: “Aclara que todo eso te ocurrió en los años setenta en Málaga, vaya a creerse Javi que estás hablando del tiempo de Maricastaña.”

         Maricastaña… así me gusta a mí que comiencen los cuentos: “Érase una vez en los tiempos de Maricastaña que existía un Bibliobús lleno de libros y, entre ellos, existían unos poquillos, muy pocos, de escritoras célebres. Hoy esa pesadilla ha acabado y nos leemos con respeto y pasión los unos y las otras. También nos citamos con generosidad.”


Mi bisabuela, Josefa Morales Colomera, curandera que se enseñó sola a escribir y componía poesías, chascarrillos y cuentos. A la izquierda, el más grandecillo, mi primo Paquito Eduardo, que fue un vanguardista inocente y sensible, a la derecha mi primo José Antonio que tiene el don de la palabra infinita. En medio yo, la escritora. Esta foto es de cuando volvimos de Francia y vivíamos en casa de mi tío Día. Vivíamos: Mi padre, mi madre, mi abuela, mi bisabuela, mi tío Día, mi tía María, mis dos primos y en la misma casa tenía mi tío un taller de bicicletas, reparación de radios y pequeños electrodomésticos.





domingo, 26 de febrero de 2017

MEDEA



       La noche del 18 de Febrero fui a ver Medea en la Sala Polifemo del teatro Góngora, un lugar pequeño donde la luz de la tragedia se hace más trágica por la cercanía del público, y donde tienes que ser muy buena actriz para cultivar esa mirada de hechicera que tanto horada.

         Aitana Sánchez Gijón tiene una dicción perfecta, saborea todas las palabras, nunca se atropella a sí misma, nunca vacila, es una profesional, y lo mismo te lleva por la entonación del cuento y los mitos como por los senderos de la ira sin equivocarse jamás.

         Ya conocemos la vieja historia de Medea, aquella que ayudó a Jasón y los argonautas a encontrar el vellocino de oro, aquella que amó a Jasón con un amor doloroso y fatal, aquella que para herir a su amor mata a sus hijos cuando Creonte la quiere echar de la ciudad de Corinto, a ella, la extranjera en todas partes, la hechicera, la de la mirada plateada como el brillo de la furia que tan bien representa Aitana Sánchez Gijón.

         Cuando doy algún taller de literatura le hablo a mi público de cómo las mujeres somos extranjeras en todos los estados y para ello me baso en los poemas de Gabriela Mistral, Dulce María Loinaz o Cristina Peri Rossi, de Inés María Guzmán o de Rosario Castellanos. También reflexionamos sobre un texto de Norbert Elias que me encanta: La relación entre establecidos y marginados. Y por último leemos algo de Audre Lorde: Mi hermana, la extranjera. Desde ahora añadiré la vida de Medea, la mujer que quieren echar de la ciudad.

         Creo que ese es el centro de la cuestión: quitarle el estatuto de ciudadana a alguien que está enamorada, y ese estatuto de ciudadana se convierte en algo más grande que el amor: la humillación. La humillación de una mujer cegada por la entrega. Alguien le preguntó a Aitana, en el coloquio posterior a la representación, si le costaba mucho entrar en el personaje. No creo que el esfuerzo mayor sea esa entrega, la inercia nos lleva, nos han educado a las mujeres para darlo todo; creo que lo considerable es cómo salir de ese personaje. Y créanme, la actriz lo logra. A los cinco minutos salió como si nada hubiera pasado, con su rostro humano y amable, a contestar las preguntas de un público que aún contenía la respiración. Y, entonces, una sólo puede quitarse el sombrero y aplaudir. Porque ese “salir” del personaje conlleva un gesto de superación de Eurípides, Séneca y todos los que hayan querido recrear otra vez la misma violencia, porque ese “salir” implica la llegada a un novedoso estatus conquistado y recién enraizado: el de ciudadana. Y eso sí que es cuestión de alegría para todas. Y, entonces, salimos de la sala, nos tomamos una cerveza y brindamos aliviados porque lo que acabábamos de ver fuera puro teatro.






domingo, 19 de febrero de 2017

El paseo



       La otra tarde quedé con Justa Roa para tomar un café, caía la luz sobre el edificio de  la Unión y el Fénix de la Plaza de las Tendillas, un viento suave nos acariciaba la cara y la chiquillería corría, jugaba. Nosotras también jugábamos a hablar de literatura, a pasearnos por los torbellinos deliciosos de esos datos que aderezan la buena lectura, recordamos a María Teresa León y su Memoria de la melancolía, hablamos, sin prisas, del oficio de escritora, oficio que cada día se inicia como si volviéramos a nacer, al principio parece el ejercicio de siempre, que sorprendentemente, al ir trabajando, se transforma en algo diferente a sí mismo. Se me olvidó decirle que en una ocasión escuché una conferencia de Marina Mayoral, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Judería, sobre ese libro, y nunca he estado más de acuerdo con alguien al analizar una obra: dijo lo que yo pensaba. Por un momento creí ser uno de esos estrambóticos personajes de Vila-Matas y creí vivir en los folios de la escritora gallega, que tanto sabe y tan bien lo expresa, y es que sus novelas son fuertes, concienzudas como la estructura de los pazos, y es que su tono al decir parece inocuo como el orvallo.

         Como viene siendo costumbre, desde que nos conocemos, Justa y yo dimos un ameno paseo inundado de referencias literarias. En esta ocasión hablamos de Svetlana Aleksiévich y de su libro El fin del “Homo sovieticus”, concretamente del preámbulo titulado “Apuntes de una cómplice” y me señaló una frase que después busqué en mi casa y que me gustaría compartir con ustedes: “Siempre me ha atraído ese espacio minúsculo, el espacio que ocupa un solo ser humano, uno solo… Porque, en verdad, es ahí donde ocurre todo.” Por supuesto que comparamos esas palabras con el buen hacer científico de Castilla del Pino. Éramos dos marisabidillas o, como se dice en francés, un par de bas-bleu apropiándonos del espacio que merecemos, haciendo nuestras las palabras con las que han querido dañar nuestra intelectualidad.


         Entonces se me ocurrió confesarle una de mis paradas sagradas en la ciudad: el escaparate de Foto Studio Jiménez que está en Cruz Conde esquina con Ronda de los Tejares, y le dije que me gustaba detenerme allí y contemplar los cuadros que suelen colgar, casi siempre hay un angelito de Ginés Liébana o una maternidad de Pedro Bueno, o no sé qué deleitosa acuarela o algún óleo que refleja el oleaje severo del mar, o algún arco de la Mezquita cuidadosamente dibujado, o un paisaje desconocido. Y están allí, humildemente volcados hacia la calle, admitiendo el reflejo de los paseantes, y entonces siento gratitud.



domingo, 12 de febrero de 2017

Levedad



       Hubo un tiempo en que se hizo famoso Milan Kundera y la gente lo leía con fruición, después se empezó a decir que era insoportablemente leve, ¿pero acaso la levedad no es una de las cualidades queridas por Italo Calvino? Sí, Italo Calvino el de Seis documentos para el próximo milenio. Perdón, me he equivocado, el título exacto es Seis propuestas para el próximo milenio. Hay diferencia entre un título y otro ¿eh?, el segundo es más dialógico, ¿verdad? No sé en que estaría pensando.

         Bueno, volviendo a Milan Kundera, tengo que decir que a mí es un autor que me gusta, y que me ha llevado a otros autores centroeuropeos haciéndome viajar por unas tierras para nosotras tan desconocidas, nosotros que estamos obsesionados con el Mare Nostrum e ignoramos los saberes del Danubio, por ejemplo, como bien enseña el marido de Marisa Madieri. En fin, habría que hablar mucho del tema y nombrar, por supuesto, a Wislawa Szymborska.

         Pero hoy, aparte de la primavera que se acerca, de la hermosa luz que se cuela por las ventanas, de las delicias de pasear por los Jardines de Orive y seguir el laberinto del Barrio de San Agustín, o de tomar el sol contemplando las garzas del río… Hoy quiero hablar de Milan Kundera, y aconsejarles a los muchachos que se pelean la lectura de Un encuentro, y si no se quieren leer la obra entera porque tienen prisa, eso ya lo han demostrado con su forma de hablar como si masticaran las palabras, como si las trituraran… y si no quieren leérsela porque no tienen tiempo de escuchar, les diría que se leyesen sólo el capítulo titulado “La enemistad y la amistad”.

         Y si es que tampoco tienen tiempo de leer cuatro hojas porque a lo que están acostumbrados es a ciento cuarenta caracteres les diría que, por favor, reflexionen un poquito sobre esta cita de Kundera: “Hay un tipo de relación humana para la que, en checo, se emplea la palabra sudruzstvi (sudruh: camarada), o sea ‘la amistad entre camaradas’, la simpatía que une a aquellos que comparten la misma lucha política. Cuando desaparece la entrega a la causa común, también desaparece la razón de la simpatía. Pero la amistad que está sometida a un interés superior a la amistad no tiene nada que ver con la amistad.”


         Yo creo que deberíamos enamorarnos todos, que deberíamos enamorarnos todas, con ese amor que provoca la amistad, ese amor tan irresistible que hace irresistible al buen amigo, a la buena amiga, y que permite jugar sin fin con las palabras o con los mecanos, que nos permite bordar entre compañeros, saltar a la comba o escribir documentos. Pero ¡ay!, el mundo masculino es duro, ya sabemos de sus exigencias y medidas, de la poca flexibilidad y de la importancia de los alcances y las metas. A veces me pregunto si nos interesan hombres como estos, tan bragados, que se decía antes. Y, mientras pienso, observo los almendros que ya están por florecer, que falta poco, para esa vista alegre y perfumada, como la amistad necesaria para construir desde el presente, porque si no se construye desde el hoy y con respeto estarán repitiendo caídas y buscando sólo senderos de gloria, y ya lo dijo Thomas Gray: “Los senderos de gloria sólo llevan hacia la tumba”.



domingo, 5 de febrero de 2017

Mis amigas



        Mis amigas son aquellas que no quieren que yo guarde silencio. Mis amigas son aquellas que me dicen “habla”. No distingo entre amiga nueva y amiga antigua, el Dalai Lama decía que no distinguía entre amigo nuevo y amigo viejo, yo he cogido su costumbre.

         Y hablar para mí se ha convertido en lo fundamental, más que escribir, y eso que escribir tiene para mí importancia, porque siempre me he ayudado de la escritura para decir no a lo injusto. Quien mancha mi escritura mancha mi lengua.

         Criada en Andalucía, más de una vez y de dos se han reído de mi habla ceceante. Me da igual, no les guardo rencor a los que me han señalado con el dedo y lo más bonito que me han dicho es: “Mira, que graciosa. Mira, cómo habla.”  Esto no me ha llevado a ser nacionalista, como dice mi admirado Albert Camus: “Amo demasiado a mi país para ser nacionalista”  Para que  quede claro lo voy a poner también en francés, una lengua que siempre he intentado hablar bien sin éxito: “J´aime trop mon pays pour être nationaliste”, esta cita pertenece al magnífico libro Cartas a un amigo alemán escrito en 1945.

         Mis buenas amigas son las que han hecho que rompa a hablar, entre ellas Amelia Sanchis, que me recomendó la lectura de Audre Lorde, concretamente de su libro La hermana, la extranjera. Pequeño libro en el que dice cosas importantes y desafía al miedo.

         Las mujeres debemos hablar, y aún más, debemos ser escuchadas, que se sepa de una vez lo que amamos y lo que no. Y, señores y señoras, deben tener paciencia cuando digamos nuestros gustos porque hemos tardado años en averiguarlos, así que no se impacienten cuando tardamos en leer las cartas de los restaurantes o  en responder a las preguntas que se nos hacen: Estamos pensando. Eso también sabemos hacerlo, algunas veces en silencio, en un clamoroso silencio.


       

domingo, 29 de enero de 2017

Incendios



        Lástima de aquellos que sólo saben provocar incendios, jugar con cerillas y reírse de las mujeres. Sean estos señoritos de pañuelo en la chaqueta y que se dicen periodistas, y que se ríen de las desgracias ajenas, o cultivados pijos y pedantes columnistas que no pueden ir al teatro porque les molesta tanto tanto la presencia femenina.

         Lástima digo por no decir otra cosa, y es que creo que los culpables no son sólo ellos sino los periódicos que los avalan, que avalan lo antiguo, lo soez y maleducado. Y es que se empieza con esas pequeñas fogatas que incendian las redes y no se sabe dónde acabaremos, atención por tanto ante tanto delirio machistilla que no encuentra el bien porque lo desprecia y que por hacer un chiste son capaces de matar a un amigo. Lástima me dan esos narcisistas que no tienen un director que les cante las cuarenta o que los guíe y les enseñe que no están bien las trabucadas y las blasfemias contra la democracia y sus derechos que, asustados, nos dimos todos. Lástima de esos egotistas que sólo ven como sagrado su pequeña parcelita donde les ríen las gracias y pueden ejercer de snobs.

         Y es que nosotras "debemos aprender a leer, aprender a escribir, aprender a contar" como dice el personaje que representa Nuria Espert en Incendios, la mejor obra teatral a la que he asistido en mi vida, la gran tragedia de estos años, tragedia de verdad, que narra el horror de las guerras que inventan los hombres, y sufren las mujeres, y los niños, y los hombres buenos.

         Sí, aprender a contar es uno de nuestros fundamentos porque si no nos vamos a encontrar con que las calles llevarán los nombres no de la gente llana y que ha hecho algo por todos, sino de los menos malos que hemos encumbrado porque aún estamos con eso que se llama síndrome de Estocolmo postfranquista.

         Hemos de aprender a contar y decir no a cualquier repartidor de terror, a quienes se aprovechan de las arquitecturas de la indefensión y salen, chulos y engreídos, a meter fajina y desestabilizar las luces del respeto. ¡Ay! ¡Cuánto descabezado que no aprecia los dones de la palabra, el silencio sin sobresalto de la paz! Y para eso, nosotras debemos "aprender a leer, aprender a escribir, aprender a contar" como dice Wajdi Mouawad en su excelente obra Incendios.

         Mala gente la que prende fuego y tiene alma de pirómano. Malas personas que quieren quemar lo que les estorba, y es que en el fondo son unos envidiosos y arrogantes, señores que nunca podrán escribir sin herir, escritores que no conocen la palabra concordia.