domingo, 26 de marzo de 2017

La fantasía



            La fantasía es lo que diferencia una novela de un documento jurídico, es muy importante que los escritores sepan utilizar bien la fantasía porque si no se dictan fácilmente sentencias tomándose la justicia por su mano, confundiendo el estrado con la perspectiva o la venganza con la equidistancia. La ficción no juzga, simplemente expone, da a ver, permite mirar, y miramos los escenarios creados como si fueran viejas tablas holandesas donde todo el mundo está representado, si el cuento es bueno nada se escapa.

         Yo aprendí a ser fantástica de mi prima Pepi, una mujer que ama por igual las aceitunas y el champagne, que siempre ha buscado la belleza y, genialmente, siempre ha sido original. Tenía una cajita de música de donde salía una bailarina incansable que se ejercitaba con la melodía de Para Elisa de Beethoven, a mí me encantaba deleitarme en la contemplación de ese artilugio y siempre deseé tener uno para mí sola. Tenía la capacidad de hacerme sentir segura y respetada, sabía escucharme y le interesaba todo cuanto le contaba, yo le hablaba de proyectos, es decir, de fantasía, y ella prestaba atención a esa cabecita llena de pajaritos que era la mía. Con ella me sentía más persona y me entraban ganas de comer, ganas de subsistir para llevar a cabo las utopías, el gran ideal de ser escritora, el mejor trabajo del mundo.

También tenía mi prima Pepi Díaz un perro blanco que se llamaba Robin y la capacidad de abrir el mundo a la gente nueva: su marido, Bartolomé Cano, habla con la ese y procede de Cardeña, donde la tierra es casi roja y en los inviernos puede nevar; en fin, que era otro ser singular y alejado de nuestras costumbres. Tenía una foto de él sobre la mesita de noche en la que parecía un actor de cine, con chaqueta cruzada, exquisitamente peinado y con pose de buen novio.

Ambos admiran las palabras, han sido cuidadosos poniendo nombre a sus hijos o eligiendo un coche simplemente porque les parecía deslumbrante cómo se llamaba. La fantasía siempre les ha acompañado, la fantasía desbordante y sin parar, que cuida a la vida en sus momentos tristes.

Mira si es original mi prima Pepi que tiene un hermano que la primera palabra que dijo no fue ni papá ni mamá sino “arroz”. Ese es mi primo Fernandín, un eterno caballero, enamoradísimo de su mujer Mari Carmen, aunque todos la conocíamos como Nena.

Siempre recordaré cuando vino a visitarme mi prima Raquel, la hija de mi prima Pepi, a Granada y yo, invadida por el entusiasmo, la llevé a ver una película que me había encantado: Thelma y Louise. Recuerdo lo bien que lo pasamos y lo convencida que estaba de eso que el feminismo hay que heredarlo, que hay que transmitirlo. Hay que tener en cuenta que las de mi generación nacimos sin la historia reconocida de mujeres importantes y cuando fuimos a la universidad nos llenaron la cabeza de datos extraños y ajenos, por eso sería interesante que fantasiosamente reconozcamos nuestras raíces y estudiemos las historias de las pioneras, y que nos pasemos el testigo las unas a las otras para que no demos ningún salto al vacío.

Recuerdo un día nublado y ventoso que vino mi prima a mi casa con su marido y con sus hijos: Raquel y Abel. Abel se peinaba desde chico también cuidadosamente, como su padre. Bueno, pues ese día mi madre y ella, conocedoras ambas del lenguaje de la confección, decidieron hacerme una capa con forro escarlata para cuando recogiera algún premio en alguna región nórdica y fría. Éramos unas ingenuas que desconocíamos las leyes secretas que llevan a las cúspides. De aquel domingo me queda la dulce imagen de verlas coser juntas para mí. Coser con hilos de fantasía.



Mi prima Pepi y yo

domingo, 19 de marzo de 2017

La paciencia




          Y nos encontramos, de pronto, a causa de esa falta de memoria, con toda una multitud de desclasados, gentes que estuvieron obsesionadas con tener un chalet y adscribirse a una hipoteca como los siervos de la gleba estaban adscritos a la tierra. Gentes que no quieren dialogar, que se han ido inflando de verbena en verbena bajo los escandalosos ruidos de las fiestas y que se sacuden las botas en el salón de las palabras. Gentes pseudo-religiosas o religiosas de más que detestan el respeto a la intimidad, lo sagrado  que cada uno llevamos dentro.

         Y los valores de la igualdad, la fraternidad y la libertad son como carteles luminosos y toda la vida, para estas gentes, es una coartada, una conspiración inmensa que quiere derribar su status quo, su razón hegemónica, su heterosexualidad desbordante.

         Y nos encontramos que con ese sentido de la normalidad es con el que debemos convivir, mientras esta sociedad del bienestar les pide paciencia a las mujeres heridas y a las asesinadas, a los niños de África o a los niños de nuestros barrios marginales que juegan, inocentes, o buscan lápices de colores para llenar su vida de algo más que necesidad.

         Y el sentido de la autocrítica duerme devastado en las sedes de los partidos, en la cabeza del hombre hecho y derecho, y crecido, como mandan los profundos anuncios publicitarios.

         Entonces la vida se ha convertido es una simple pelea por la vida y la razón consiste en quién sabe dar más gritos. Nada de sosiego, ese parece ser el lema. Nada de salirse de las tercas casillas ideológicas para comprender al otro, que se avecina llenando el Mediterráneo con relatos que no escuchamos. Por aquí sigue la fiesta, y asiladas en las urbanizaciones duermen las familias con los latidos del débito y la incomunicación. Hemos creado una arquitectura que propicia la individualidad absoluta, una prepotencia que acosa las frases lentas. Está mal visto ser lento y no tener coche y guardarse el gorrión de los placeres dentro del pecho, como si sus alas latieran con la fuerza del que está en continua emigración, porque la vida es viaje con un principio y un fin, y los días debemos de mimarlos con la paciencia con que las artesanas trabajan la madera o el barro. Mucha paciencia para vivir en esta sociedad televisiva, paciencia que se está acabando, como lo subsidios, como las playas con casitas de pescadores, como los párrafos largos, que tanto nos abruman, y a los que ya no estamos acostumbrados.

        Así que, por el bien común, conviene que nos deseemos respetuosamente, que nos enamoremos tanto y tan bien que seamos incapaces de herirnos, esa puede ser una vía para la recuperación, la recuperación del alma y de la tranquilidad, y una forma de despreciar el dinero y todas las empresas que negocian impacientemente, como los ambiciosos, sin contribuir ni solidarizarse con el resto de la ciudadanía.




domingo, 12 de marzo de 2017

La burla constante



            Cuando se decidió tratar a la población española como si no hubiera salido de la infancia se construyó también un tipo de relato que no se deshacía del edulcorado romanticismo de las narraciones dictatoriales. Ahí tenemos las películas de nuestro cine, las radionovelas y los libros que no son sinceros. Esa era la clave: desterrar la verdad de nuestra vida diaria.

         Y desconocer nuestra propia historia y prometer ser buenísimos para que no se inquietaran los de siempre y, entonces, vete tú a saber adónde nos habría llevado ese revuelo. Así entramos con alegría en los parques para besarnos y con ingenuidad al Mercado Común, y nos olvidamos de los monumentos de mal gusto que estaban erigidos para celebrar lo facha.

         Eso significó una falta de madurez extraordinaria y nos encontramos ahora con símbolos y hasta montañas coronadas con los adornos de lo reaccionario. Pero nos queda la palabra de Lorca, la limpia palabra de Lorca que, ahora, Juan Carlos Rubio ha llevado al teatro descubriéndonos la correspondencia personal del poeta. No se puede sino sentir ternura, como si un agua fresca regara nuestro corazón dolorido por lo que nos han acostumbrado a callar y despertara, de nuevo, las ansias de lectura, de leer al poeta gracias al interés con que esta producción de Histrión Teatro ha venido a salvarnos del silencio adquirido.

         Nuestra historia tiene una versión silenciada y no reconocida frente a otra versión que habla sin cortapisas y se ufana de sus calles. Y cuando se habla de memoria histórica siempre aparece algún graciosillo que se burla de los sentimientos de los allegados y familiares, esa es la respuesta que han recibido las víctimas: la burla constante. Y eso para el progreso moral de un país es peor que malo, es la deslegitimación de la honestidad.

         La obra de Juan Carlos Rubio nos lleva por los perfumados senderos de la palabra que no se agolpa en la boca para no ser dicha sino que bebe del juego y la alborada, de la luz de quien todavía es un desconocido: el gran poeta Federico García Lorca.


         Viene de nuevo el poeta a recordarnos la injusticia y el sinsabor de las madrugadas y el frío en Víznar, viene a decirnos la hondura de todo lo que se destruyó: desde el espíritu de la Residencia de estudiantes hasta la alegría de las Sin sombrero, por ejemplo. Y todo fue una inmensa desbandada. Ese es nuestro recuerdo: la desbandada absoluta, y de ahí es de donde tenemos que volver, de esa huida. Huida que se ha dado también en el lenguaje.  


El actor Alejandro Vera y la actriz Gema Matarranz, el director Juan Carlos Rubio y el músico Miguel Linares,
 en la charla posterior a la obra La correspondencia personal de Federico García Lorca.


domingo, 5 de marzo de 2017

La cita



Siempre recordaré la tarde en que mi primo Paquito Eduardo me dijo que venía un hombre con un coche lleno de libros a Campanillas y que yo, si quería, podía ir y quedarme con dos o tres durante un par de semanas, libros prestados, libros sin dueño.

         Me pasé toda la noche sin dormir imaginándome una furgoneta como las que acostumbraban a llevar los trabajadores que nos rodeaban, una furgoneta blanca como la del heladero, como las que llevaban los mecánicos, una furgoneta repleta de literatura, y yo tendría la posibilidad de acercarme a ella, de pedirle al encargado de toda esa riqueza lo que me viniera en gana. ¿Qué le pediría?

         Aquella noche de vigilia guardaba la pasión que se puede sentir por la espera de amantes y amoríos. No exagero si digo que, tal vez, fuera mayor: Toda la noche soñando con cuentos, toda la noche.

         Llegó el día esperado y la realidad superó mis expectativas que estaban encerradas en un paisaje donde el norte y el sur, el este y el oeste lo señalaban las plantaciones de cañadulces y los limoneros. En el sitio indicado esperaba con otros niños la llegada de la diversión cultural, porque hay algo que se nos olvida en este país vocinglero: la cultura es diversión de la buena. Y llegó la esperanza, algo superior a mis fantasías: un autobús con las paredes forradas de libros, el suelo enmoquetado (era la primera vez que veía ese tejido) y una señora, sentada en una mesita con archivadores, que te hacía el carné de socia, mientras el chófer esperaba en su sitio a que nosotros disfrutáramos haciendo nuestras elecciones.

         Mi primo fue mi guía en aquel escenario, llevé una foto y me dieron el carné más preciado que he tenido: el carné del Bibliobús. Todo esto ocurría en un barrio alejado del centro, por eso éramos una pedanía y teníamos un alcalde pedáneo y la certeza del olvido.

         Siempre he estado inscrita en alguna Biblioteca Pública, aquí en Córdoba, las hay estupendas, una en cada distrito, más la Central, más la Biblioteca Provincial, más las de las distintas universidades. Y me pierdo por sus estantes leyendo títulos y títulos, soy una gran lectora de títulos, y me digo, convencida, que una buena librería es aquella que se intenta parecer a una biblioteca y que una librera debe tener algo de bibliotecaria. Reflexiono sobre los libros, amo los libros, son mi vida, amo a las personas que respetan ese amor mío por la literatura y reconozco, a la legua, a los farfulleros que intenta despreciar el mundo intelectual, la suavidad y la quietud de la lectura. Hoy en España hay muchas personas que farfullan, se estila la confusión. Hemos alimentado el cuerpo, pero hemos olvidado cultivar el alma y cumplir con objetividad en nuestros discursos, amando tanto los textos de hombres como los de mujeres, porque tenemos muy buenas escritoras que no queremos reconocer, ¡Ay, qué pena y qué miseria cultural! ¿Cómo pueden vivir de espaldas la mayoría de los escritores a las voces de las mujeres que escriben? ¿No se dan cuenta de que eso es ignorancia, pura ignorancia? Y así andan, cojos, adheridos sólo a algún cumplido benevolente hacia alguna escritora ya hiperfamosa y muerta. Vaya, a las que no tienen ya más remedio que reconocer en sus discursos públicos, porque está bien, porque viste eso de nombrar a alguna, pero no muchas, ¿eh?

         Aquel día en el Bibliobús saqué un libro sobre el yeti y otro sobre los indios americanos, me senté sobre la moqueta, me entraron ganas de abrazar a la bibliotecaria, me despedí del chófer y nos fuimos mi primo y yo felices a nuestras casas. Mi madre me regaló una carterilla para meter el carné.

         Todo esto se lo contaba a mi amigo Javi mientras tomábamos el aperitivo y mi mujer con muy buen tino me interrumpió y dijo: “Aclara que todo eso te ocurrió en los años setenta en Málaga, vaya a creerse Javi que estás hablando del tiempo de Maricastaña.”

         Maricastaña… así me gusta a mí que comiencen los cuentos: “Érase una vez en los tiempos de Maricastaña que existía un Bibliobús lleno de libros y, entre ellos, existían unos poquillos, muy pocos, de escritoras célebres. Hoy esa pesadilla ha acabado y nos leemos con respeto y pasión los unos y las otras. También nos citamos con generosidad.”


Mi bisabuela, Josefa Morales Colomera, curandera que se enseñó sola a escribir y componía poesías, chascarrillos y cuentos. A la izquierda, el más grandecillo, mi primo Paquito Eduardo, que fue un vanguardista inocente y sensible, a la derecha mi primo José Antonio que tiene el don de la palabra infinita. En medio yo, la escritora. Esta foto es de cuando volvimos de Francia y vivíamos en casa de mi tío Día. Vivíamos: Mi padre, mi madre, mi abuela, mi bisabuela, mi tío Día, mi tía María, mis dos primos y en la misma casa tenía mi tío un taller de bicicletas, reparación de radios y pequeños electrodomésticos.