domingo, 30 de abril de 2017

Pausa



Llega el mes de Mayo con sus propósitos de abundancia. Van a venir los días en que una se deleita mirando las flores y el cielo, llega silencioso como si meditara y llega pidiendo espacio, lugar para pronunciarse como si fuera música, lugar para la relectura y la charla.

         Llegan a Córdoba las fiestas: Las cruces, los patios, la feria y nos tientan los innumerables trayectos de los paseos y pasar la tarde como si nada. Y apetece olvidarse, rendirse a la belleza, empezar a imaginar todo de nuevo, como si siempre estuviéramos aprendiendo y tuviéramos un hermoso libro entre las manos, un libro que nos hace crecer.

         De nuevo me atrae descansar y llenarme de lecturas, así que hago un alto en el camino y dejo la letra escrita por ahora, y escojo el placentero coloquio íntimo y el diálogo que quiere ser como una labor artesanal. Hasta pronto, hay que saber darse pausas. Nos vemos en los bares.


       
 

domingo, 23 de abril de 2017

Sarcasmo



Muchas veces sueño con el universo, veo las estrellas y los planetas y quedo sobrecogida ante la amplitud que nos rodea: no somos nadie. En la calle se habla de cosas aparentemente importantes, existe cierto sosiego donde se esconde la palabra ácida del sarcasmo. ¿Por qué hay gentes a las que les encantan herir y dicen palabras ofensivas con la mayor naturalidad mientras la luz del mundo sigue con su ritmo primordial? Cansan esas gentes que llevan el plateado brillo del puñal en sus lenguas. “No sois nadie”. Eso es lo que viene a decir la palabra del que ningunea. Tenemos un idioma demasiado duro, hablamos demasiado rápido, alzamos mucho la voz y no atendemos a la ternura en nuestros discursos. No creo que España esté preparada para la autocrítica, tampoco creo que, ahora, veinticinco años después de la Exposición Universal del 92, podamos ser sinceros en nuestros análisis.

         Hemos jugado mucho con la seducción, pero poco, muy poco con el acuerdo. Se decía que tal o cual líder era un seductor, convertimos el lenguaje en un arma de bajo deseo y, una vez acabada la operación de superficial transformación, esa bola de palabras, se la ofrecimos a la Diosa de la Mediocridad. “Confórmate”, nos dice la televisión y, conformados todos, nadamos en la media gramática sin tener la cabeza estructurada para las grandes ilusiones, para las verdaderas ilusiones como puede ser caminar juntos y tranquilos, caminar en paz. Dice Claudio Rodríguez en su poema Ajeno que “Largo se le hace el día al que no ama/ y él lo sabe.” Y dice también: “Entrará: Y nunca habitará su casa.” Eso es lo que pretenden los dueños del sarcasmo que nunca habitemos en nuestra esencia, que nos olvidemos del bien respirar. Así que tenemos una sociedad que el viernes sale a beber para olvidar el malestar de toda la semana, el sábado anda como el que no sabe y el domingo le envuelve de nuevo el temor a la rutina. Cuando la rutina  debería ser lo más bello del mundo: el mirar de los animales, la sonrisa de los amigos, el despertar sin sobresalto, la caída de la tarde con suavidad. Pero, el hombre, lo siento, a veces es ajeno a estas cosas y llena su boca de burlas sangrientas, que habrá que ir también eliminando si no queremos que nos pase como a esa personaja de Selma Lagerlöf que respetaba no sólo al amo, sino a todos los que se parecían a él.



domingo, 16 de abril de 2017

Entreverar



Reconozco que tengo muy poca personalidad, eso en esta época de grandes declaraciones de principios y de poco diálogo entreverado resulta ser una declaración un poco extraña. Pero es que me cansan las gentes con las ideas claras y el afán de doblegar al otro por el bien de todos o por el bien de su propia testarudez. Por enésima vez leo Contra el fanatismo de Amos Oz, un librito amarillo y azul de la biblioteca de ensayo Siruela; lo puede leer cualquiera, cualquiera que quiera dejar los bestsellers y sus íntimos e intransferibles diez mandamientos u once  o doce y quiera crecer leyendo. Habla, entre otras cosas, de cómo los fanáticos suelen ser kitsch, sentimentales y con poco sentido del humor, que detestan tomar acuerdos y que quieren la razón para ellos solos. Y como bien diría Goya “el sueño de la razón produce monstruos”. Perdonen ustedes las obviedades, pero es que yo también estoy de vacaciones y hoy estoy diciendo evidencias que sirven de poco al buen hombre amable, a la buena mujer amable. Vaya, que hoy estoy llevando el hielo a los esquimales. Es que no tengo profundidad, es que ya no escribo mientras sesteo y claro, eso se nota, no soy rigurosa como los tertulianos serios que, a voces, son capaces de herir hasta a los amigos.

         Cuando doy algún taller de literatura siempre me refiero a los cuatro acuerdos toltecas que explicara el escritor Miguel Ruiz y que son: Sé impecable con tus palabras, no te tomes nada personalmente, no hagas suposiciones, haz siempre lo máximo que puedas. Recomiendo estas simples reglas sobre todo cuando se crea un grupo y el engranaje no está aún ajustado y navegamos aún entre los prejuicios y el deseo de agradar. Perdónenme que me haya puesto mística, pero es que me parece útil, en esta semana de competitividad máxima y bombas madre y padre, me parece útil recordar que los seres humanos somos seres escuchantes o no somos.

         El arte de la escucha está emparentado con el arte de mirar, con el arte del silencio, ya lo decía Pessoa: “Y nada nos da tanta religiosidad como el mirar mucho a la gente.” Los ciegos son unos grandes contempladores de las palabras dichas, de los mutismos con que las rodeamos. Permanezcamos un momento escuchando el florecimiento de los cerezos que con su humildad a cuestas nos enseña lo que de verdad es belleza, como Marguerite Yourcenar nos enseñó lo que es sencillamente amor cuando le preguntaron por su relación con Grace Frick: “En fin, es algo muy sencillo: primero una pasión, después una costumbre, y al final, sólo una mujer que cuida a otra mujer enferma”. Qué hermosa manera de apartar de sí el morbo y de llenar de relatividad a los obtusos, qué gran lección para iniciarse en los caminos del delicado respeto. En fin, consideremos la posibilidad, en este mundo globalizado, de trabajar en equipo y tomemos conciencia de que trabajar en equipo no significa criticar juntos.




domingo, 9 de abril de 2017

La salud




Sin darnos cuenta vamos camino de la farmacia para remediar un dolor que no tiene cura, que arrastraremos quizás hasta el fin de nuestros días y que dejaremos en herencia a nuestras hijas. Se trata de la flor del machismo, de los cuentos no narrados de la guerra que se enquistan en nuestro ser sin que nadie los haya invitado a ese paisaje. Los españoles camino de la farmacia, camino de la consulta del doctor uniformado con su bata blanca y que tiene el poder de la receta. Es lo que se llama la sociedad medicada, adormecida, diagnosticada confusamente y sin llegar nunca a las raíces del padecimiento: la geografía radical del dolor.

         Quizás se nos ha olvidado, en esta leve memoria histórica que tenemos, el sufrir callado y la humillación gestual y verbal de los vencidos, eso sería hilar demasiado fino en una sociedad que ha apostado por el vacío, por el hueco. Duele que tu marido sea uno de los desaparecidos, que los hijos crezcan huérfanos, que no haya sitio para tu relato en un mundo que no cesa de caer en la trampa del silencio, de la voz dormida que diría Dulce Chacón.

         Pienso ahora en los niños de Siria, en el crucigrama doloroso que llevan ya encima de su cuerpo, tatuaje que heredarán sus hijos y los hijos de sus hijos. El tatuaje de la ansiedad constante. Ansiedad es el título de la obra de Scott Stossel donde analiza las veredas del nerviosismo que se reitera. El tatuaje de la vulnerabilidad del que habla tan didácticamente José Antonio Marina en Anatomía del miedo. Un tratado sobre la valentía. Niños y niñas que ya no cesarán de ser víctimas.

         Camino para curarme en salud, voy a la tienda La tejedora, allí busco el reciente libro coordinado por Vicky López Ruiz y Javier Padilla Bernáldez, se titula Salubrismo o barbarie. Un mapa entre la salud y sus determinantes sociales. Habla de género y salud, de relaciones de poder y salud pública, de las clases sociales en la salud, de inmigración y minorías étnicas y también hay un capítulo sobre los invisibles trabajos domésticos; este capítulo está firmado por Carmen López Román y Vicky López Ruiz, y me alegro de leer, de re-escuchar las voces de las autoras. Y considero que este es un libro necesario, de hermosas páginas color crema, alejado de los fríos informes y cerca de lo humano. Leo con placer doble al ser consciente de que leo voces cercanas a mi corazón y a mi mente. Y pienso que los lectores, tal vez, sientan mejoría al leer una propuesta tan atractiva. Y pienso que, tal vez, las lectoras sientan mejoría al hablar de ello. Nunca olvidaré la cara de Carmela cuando me dijo que estaba colaborando con este libro, tomábamos un güisqui on the rocks, pasaban las gentes a nuestro lado aparentemente satisfecha, el atardecer se llevaba para sí el color de los jardines y nosotras, arrancamos para nosotras mismas, los pétalos de la confidencia.




domingo, 2 de abril de 2017

Erasmista



            Siempre recordaré el día en que fui a ver la casa de Erasmo en Bruselas, hacía buen tiempo y llevaba la alegría de la amistad a mi lado, me acompañaba mi amiga Paloma que tanto me ha enseñado de sociabilidad y de la importancia de decir en cada momento lo que siento. Compramos unas postales, pasamos un buen rato curioseando por allí, fuimos felices.

         Siempre me ha atraído Erasmus de Rotterdam, su capacidad para el estudio, su entrega a sí mismo como gran proyecto de humanidad. Me gustan las palabras que dijera Stefan Zweig: “Pero Erasmo conoce el gran arte de vivir; todo lo que le es molesto lo aparta de sí, de una manera suave y nada llamativa, y, bajo cualquier hábito y sometido a no importa qué coacción, sabe guardar su libertad interna.”

         Para mí fue todo un acontecimiento cuando Cristóbal Cuevas, mi profesor de literatura en segundo de carrera, nos descubrió el libro de Marcel Bataillon  Erasmo y España. Estudiaba entonces en Málaga los años comunes en la Facultad de Filosofía y Letras, en la calle San Agustín, pleno centro, hoy calle famosa porque alberga el Museo Picasso donde antes estaba el antiguo museo de Bellas Artes, y el famoso cuadro de Enrique Simonet ¡Y tenía corazón! (Anatomía del corazón 1890).

Entre compañeros hablábamos de todo lo que era hablable, no me parecen especialmente afortunados los años ochenta, no guardo nostalgia, creo que los hemos mitificado un poco. Pero sí recuerdo con buen sabor el ansia de saber que todavía hoy no he perdido y la gana que todos teníamos de quitarnos cierta catetez que se respiraba en el ambiente. He dicho que entramos con ingenuidad en la Unión Europea, pero no me pareció mala esa entrada; eso sí, hay que mejorar tantas cosas: hay que dulcificar el trato entre nosotros,  hay que pensar en los sin techos. Hemos edificado una sociedad demasiado hormigonada y le falta ternura a nuestras instituciones máximas. Sí, las instituciones deben ser como el grafeno o como el agua clara.

         Quiero recordarles hoy un poema que escribí hace algunos años y que me parece que ilustra la valentía que hemos ganado. No puedo dejar de pensar en qué se dirían Tomás Moro y Erasmo al saber que el Reino Unido apuesta por cerrar fronteras y hablar como un vaquero que negocia con la vida. No puedo sino recordar a esos hombres y mujeres que han remado y continúan remando en el estanque común sin chocar entre sí.

         Este poema lo escribí después de visitar Madrid, el Retiro, y lo escribí después de observar a los remeros y remeras que se ejercitaban en el estanque. Para mí es muy querido y se lo dediqué a mi mujer y también a Castilla del Pino, otro erasmista, que apoyó el movimiento homosexual desde su origen.



         La ciudad y sus habitantes

Y casualmente me encuentro
en este lado de la acera
mientras los remeros se empeñan en el estanque
con no chocar con los turistas,
que vienen a la capital a besarse
entre las estatuas que la historia reverencia
y a pasear en barca
esquivando torpemente a remeros musculosos,
pero al fin y al cabo civilizados,
porque no poseen grandes ríos
ni mares de osadía
y se conforman con el aire del Retiro
y el agua verde y pequeña
donde se ejercitan los ciudadanos-remeros
teniendo cuidado de no salpicar
a quienes acabamos de llegar y pedir
una cerveza y después intentamos imitarlos.
Pero, ¡ay!, nosotros no somos tan civilizados
ni imaginábamos tantos edificios
desde nuestra provincia leve.
Nosotras no sabíamos de la existencia
de estos remeros pendientes siempre
de no chocar con los bordes
de esta piscina grande
donde se guarda el desahogo
de los hombres fuertes
cansados de obedecer y,
sin embargo, obedeciendo.
Y aquellas, ¡oh!, aquellas remeras
con lazos en el pelo
con el pecho endurecido
con ese ir y venir,
ir y venir,
rema que te rema.
Aquellas, ¡oh!, aquellas
que vigilan a los turistas despistados
que no conocen las normas del estanque.
En la tarde que crea
magenta la luz y la luna
tú me engañas
y no me llevas a tomar una copa,
sino que me traes aquí,
a este parque inmenso
y estimado
del que hablan
y del que dicen
sus haberes y peligros.
Y naufrago entre nipones,
ciclistas de piernas heroicas,
magos de tres al cuarto
que quisieron ser Houdini,
cantantes fracasadas,
músicos que aman más la música
que su disciplina,
y tú y yo,
que hemos decidido hacer de Madrid
el cauce de nuestros ejercicios
de cosmopolitismo.
Y mientras nos recogemos
porque refresca
y porque el parque lo cierran
miramos de reojo a los remeros
colegiados, solidarios,
y a las remeras que aún no se han decidido
a formar equipo,
y dices convencida:
“¿Verdad que ha sido buena idea
pasar la tarde en el parque?”
Y asiento mientras
miro cómo se esquivan
los remeros
y mesuro el estanque
verde, de infinitos trayectos.
Nos cogemos de la mano
y el aire húmedo
acaricia la noche que viene,
nuestro cansancio,
nuestra cobardía,
nuestro valor
y la danza democrática
de los juegos de agua
que casualmente hemos visto
desde este lado de la acera
donde quiero estar
para siempre,
como los remeros pendientes
de no chocar con los bordes.